lunes, 23 de marzo de 2009
jueves, 19 de marzo de 2009
Desvaríos darwinianos
La presencia de una pareja de palomas en frente de mi ventana me preocupa desde hace meses. En un principio les di de comer, les hablé y les puse nombres. Pero esa relación idílica fue deteriorándose poco a poco hasta llegar a romperse por completo. Los motivos: sus dos pichones muertos pudriéndose lentamente, sus constantes deposiciones y sus regurgitaciones alimenticias. Son dos palomas bastante feas, flacas, grisáceas y algo desplumadas. Este tipo de palomas inunda Buenos Aires aunque es verdad que también hay de las gordas con gran buche y diversos plumajes. Esto me hizo pensar (equivocadamente) que ese subgrupo de palomas clase B (con los animales sacamos a pasear nuestro racismo sin que nadie nos acuse de discriminadores) había evolucionado de esa manera al estar expuesto al hostil hábitat urbano. Es decir, adaptadas a comer basura, al smog y la contaminación. Luego leyendo un poco sobre la teoría de la evolución del amigo Darwin descubrí mi error. Las especies no evolucionan debido a las características del entorno sino que los cambios obedecen a cuestiones genéticas que actúan aleatoriamente. Algunos de estos cambios físicos favorecen la adaptabilidad y por ende son esos especímenes los que logran imponerse en el proceso de selección natural. Entonces creo que esas palomas desplumadas, desgarbadas y aceitosas están mejor adaptadas a la vida en la urbe y más allá de su mérito evolutivo las voy a echar porque me caen mal.
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