miércoles, 25 de febrero de 2009

El Diógenes porteño



Enrique Symns es un viejo conocido para los ricoteros ortodoxos y supongo que por la convulsionada historia que lo ligó al Indio, algunos de ellos aún le guardan cierto rencor. Monologuista de la banda, fundador de la revista Cerdos y Peces, dueño de una prosa impecable y una mente filosa, Enrique Symns es además un provocador instintivo. Por estos días se lo puede leer en el diario Crítica y escuchar los jueves en el programa Falso impostor de Gillespi, donde lee poemas, cita grandes escritores y despotrica anarquica e incansablemente.



El texto que les dejo a continuación pertenece a su libro Big Bad City y relata los momentos que lo unieron al -anónimo y famoso- Negro Cañon y su descarriada vida dentro del under porteño.

Cuando lo conocí en casa del Indio Solari en Ramos Mejía, el Negro Cañón todavía no era un pesado. Era un tipo agradable, y daba gusto escucharlo conversar. Tenía una mirada luminosa y chispeante, y el rostro de un niño inocente. Era alto y robusto, pero su apostura y su actitud ante la vida ocultaban cualquier rastro de su alta peligrosidad. El Indio parecía apreciarlo mucho. Esa tarde me recomendó que le prestara atención, ya que Cañón era sin duda una voz interesante para Cerdos & Peces, y yo inmediatamente encendí el grabador. En aquella época yo tenía muy en cuenta la opinión del Indio. Una noche no muy lejana a esa tarde, había ido a visitarlo con Andrea, que todavía era mi amorcito, y le comenté que lanzaría una nueva etapa de la revista asociado con Leonardo Sacco –editor de El Musiquero y Rock and Pop– , y que estaba buscando un jefe de Redacción. "Creo que tenés que darle una oportunidad a Andrea", me dijo el Indio Solari con la puntería de un campeón de tiro. Unas semanas después, Andrea, con el seudónimo de Vera Land, se convirtió en la mejor editora que conocí en toda mi trayectoria, y juntos atravesamos la etapa más experimental, talentosa y psicótica de la historia de la revista. De modo que siguiendo el consejo del Indio grabé extensas conversaciones con Cañón, aunque el material nunca sirvió para armar una historia. Era muy esquivo a narrar sus aventuras, evitando, como es lógico, quedar comprometido en el relato de alguna malandanza.

Igual nos hicimos amigos. El tipo vivía en La Plata, y vendía una de las mercas más ricas que recuerde. Era el proveedor habitual del Indio y muy pronto se convirtió en el de la revista. En el transcurso de algunas noches desesperadas, mandábamos en taxi hasta su casa de La Plata a algún colaborador, que regresaba casi al amanecer pero con las provisiones imprescindibles para hacer la revista.

Si copian esta dirección en una nueva ventana pueden encontrar el relato completo

http://www.rollingstone.com.ar/archivo/nota.asp?nota_id=836374

miércoles, 18 de febrero de 2009

Canal duro





Estoy a favor de la despenalización de las drogas, pero ponerle al logo del canal educativo del Estado dos lineas de merca ¿No es demasiado?

jueves, 12 de febrero de 2009

El viaje del psiconauta.




El descubrimiento del efecto de la dietilamida del ácido lisérgico (LSD) se dio como tantos otros descubrimientos científicos: por accidente. El químico suizo Albert Hofmann, sintetizó por primera vez la sustancia en 1938 tras la re-cristalización de una muestra de tartrato de LSD. El proyecto de Albert, inicialmente estaba ligado a la investigación sobre el uso medicinal de los alcaloides presentes en el cornezuelo del centeno -que es un hongo que ataca a los cereales, principalmente al centeno- y su ingesta produce una enfermedad llamada ergotismo.

En un primer momento, Albert supuso que su descubrimiento serviría para estimular los sistemas circulatorio y respiratorio, sin embargo los primeros experimentos en animales no tuvieron ningún efecto benéfico. Según cuentan las anotaciones científicas, los animales solamente se pusieron “extraordinariamente inquietos”. El laboratorio pensó que no había motivo alguno para continuar con las investigaciones y decidió cajonear el proyecto.

El primer viaje psicodélico llegó recién en 1943 cuando Hofmann decidió retomar sus investigaciones. Después de sintetizar el compuesto en su laboratorio se sintió “mareado, con una notable inquietud y una extraordinaria estimulación de la imaginación”. Ya recostado en su cama y con los ojos cerrados, pudo contemplar series ininterrumpidas de imágenes fantásticas y formas extraordinarias con patrones de colores intensos y caleidoscópicos”. Hofmann había asimilado el vapor del ácido por los poros de su piel. Tres días más tarde, el inquieto químico tomó una dosis mayor y ese día pasó a ser conocido como “El día de la bicicleta”.

Un día de los tantos que tuvo abril de 1943, el doctor Hofmann se clavó 0,25 microgramos de LSD pensando que esa podría ser la dosis mínima. Sin embargo, teniendo en cuenta su experiencia posterior descubrió que la dosis que se había tomado era realidad superior a la aconsejada para fines terapéuticos. El LSD que se consigue actualmente en el mercado negro no tiene más de la cuarta parte que tenía hace treinta años.

Tras colarse la pepa, Hofmann sintió que le costaba hablar y pidió a su asistente que lo acompañe a su casa en bicicleta. Durante el viaje, su campo de visión ondulaba y aunque iban a las chapas, tenía la sensación de permanecer inmóvil. Cuando llegó a su casa pasó varias horas aterrorizado, convencido de que un demonio había poseído su cuerpo, que su vecina era una bruja y que los muebles de su casa lo atormentaban.
“El susto fue cediendo y dio paso a una sensación de felicidad creciente y comencé a gozar de un inaudito juego de colores. Lo más extraño era que todas las percepciones acústicas se transformaban en sensaciones ópticas” explica Hofmann en su libro LSD: Mi hijo monstruo.

Un rato después se quedó dormido y se despertó al día siguiente “fresco y con la mente clara”. Desayunó con una sensación de bienestar y encontró la comida tremendamente deliciosa. Ese día mientras caminaba por el jardín, notó que todos sus sentidos «vibraban con una sensibilidad superior, que duró durante todo el día».

Después de la particular experiencia de Hofmann, el laboratorio Sandoz presentó el LSD como una droga apta para diversos usos psicoanalíticos-psiquiátricos y fue muy usado en el tratamiento de esquizofrénicos y alcohólicos. Según cuenta en su libro, Hofmann no imaginó los posteriores usos y abusos del LSD fuera del ámbito terapéutico, que finalmente significaron la prohibición de la sustancia en 1965. El resto de la vida en colores de miles de psicónautas es más o menos conocido, más o menos recorrido.
Albert Hofmann murió el 29 de abril de 2008 a los 102 años y dejó un gran legado dentro del mundo científico.

“Qué tal si en vez de hablar tanto sobre la guerra contra las drogas habláramos un poco sobre las drogas que podrían acabar con las guerras”